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BELDADES Y MENTIRAS DE GADAFI

Rodeado de sus beldades, vocifera, desafía, miente. Y la voz telúrica en la tribuna es el canto del cisne.

COLOMBIA: UN PAÍS MINADO POR EL DESPOJO MINERO

En un país en donde nunca estamos sentados a la mesa ni para lo nuestro, no hay otra opción: Terminamos haciendo parte del menú.

REMESAS Y POBREZA EN COLOMBIA: UNA RELACIÓN EVIDENTE

Según previsiones actuales, se recuperarán niveles anteriores de remesas desde el extranjero sólo a partir de 2012 o 2013.

COLOMBIA AFRONTA EL CRECIMIENTO DEL PARAMILITARISMO

La estructura del paramilitarismo se redujo en algunas regiones del país, pero en otras permaneció intacta o hasta creció. .

ENFERMEDADES 'LEVES' QUE MATAN EN COLOMBIA

Los pacientes con diagnóstico de alguna enfermedad prevenible terminan en una gran tragedia personal y familiar, requiriendo cuidados médicos que las entidades designadas no prestan efectivamente.

domingo, 5 de abril de 2009

Acción y opción de la crítica en Venezuela

Por: Juan Alberto Sánchez Marín

Día y noche, 1938. M.C. Escher. Litografía.


El pensamiento crítico en Venezuela tiene una tradición que se remonta a los albores del siglo XIX... Una época dorada de la que no es ajeno Simón Bolívar... Hugo Chávez viene de esa vena esencial.


En un proceso como el que vive Venezuela, las etapas plenas y placenteras son sucedidas por etapas espinosas. Y lo contrario. Empiezan y terminan unas y otras, o, simplemente, se transforman, en tandas sin fin que desconciertan, a la vez que propagan la esperanza. O se reinician, para usar un término de moda aplicable. Como en cualquier sociedad, el destino se escribe a medida que se dan los pasos y se queman las etapas. Y ahí podemos hacer una deducción elemental: que las cosas quietas no determinan procesos. Sin embargo, no todo lo que se mueve configura un proceso, que, ante todo, significa avance. Y tenemos una premisa significativa: que no todo lo que se mueve avanza. Lo explica bien el escritor francés Boris Vian: “Evidentemente, cuantos más obstáculos ha vencido uno, más tentado se siente de creer que ha llegado más lejos. Eso es falso. Luchar no significa avanzar” (1).


Ya irá estando exento cada vez más el ánimo de los afanes, serán decididos los lastres e identificados mejor los ruidos en el sistema, ya se ponen en los anaqueles los adalides de las viejas causas, con su polvo y bagatelas, y se ignoran los cantos de sirenas roncas y pitos agudos de la Colomina, la Chirinos, la Angola, del Kiko o del Castillo (2). Importa la comprensión de lo que hay en juego y su valoración constante.

El siempre sinuoso devenir histórico, el tira y afloje del contexto mundial, las agridulces gracias de una cohabitación forzada con un sistema decrépito, poblado de energúmenos conserjes y siervos chiflados, y la supervivencia como si nada bajo un imperio que lo quiere todo, no hacen posible dejar la lucha, y esto a la vez hace difícil no creer que cualquier reyerta de esquina es un avance. Es el engaño. Y la meta es el desgaste. Pero elemental la manera de hacerle frente: no perder la perspectiva, esa trapisonda de las matemáticas, que desde Brunelleschi, en el Renacimiento, es un recurso de la pintura y, por analogía, del modo en que podemos desarmar una realidad engañosamente plana.

Lazo de unión, 1956. M.C. Escher. Litografía.


Flexión y reflexión permanentes

La profundización en la ideología socialista, la mayor claridad en lo que se pretende, la terquedad en algunos aspectos y la sincera convicción en otros, el desarrollo natural del proceso y mil elementos condicionantes más, hacen que las estrategias, las prioridades, los vínculos, incluso, los axiomas, sean reconsiderados cada cierto tiempo. Esa flexibilidad y capacidad de adaptación a las circunstancias cambiantes, también debe cruzar de manera transversal otros aspectos del proceso, para que las honduras del abismo no se vengan encima.

El modelo en obra, por ejemplo, no puede dejar de ser incluyente. Áspero con el enemigo, férreo con el desestabilizador, pero permeable a la crítica, que es un mecanismo fundamental de evaluación. La crítica no es constructiva ni destructiva, ni puede ser favorable o desfavorable. Simplemente, está bien o mal hecha. Es honesta o no. Sirve de muy poco la que nos gusta y lisonjea, y, en todo caso, no más que la que nos ataca con cándida virulencia o con perversa saña. La crítica es análisis, reflexión, examen.

Y, claro está, la mejor crítica viene de adentro, de las propias entrañas. Yo sé por qué he errado, por qué he acertado, cuánto me faltó, qué se estropeó, cómo mejoro, dónde está la cuestión. También: A quién engaño y por qué o por cuánto. Por eso es personal, familiar, grupal, comunal, barrial, municipal, regional, nacional. En ese orden. Es la revisión: la evaluación nuestra de cada día, como el pan o cualquier necesidad fisiológica. Y que, como la reflexión, la participación o la comunicación, es inherente, nace de adentro, del interior de la persona, de la comunidad, del pueblo. Si no, no sirve. La evaluación inducida sólo es útil para generar artimañas para evadirla.


La crítica: opción impajaritable

Una de las cosas que caracterizan la llamada oposición al proceso venezolano es que la crítica brilla por su ausencia. Se lanzan diatribas, emponzoñadas aseveraciones, comentarios malintencionados, frases reiteradas y vacías que se vuelven lemas o cuñas por sus medios masivos, sin sentido, sin observación, sin distanciamiento. La crítica comprometida con uno u otro lado no es crítica, es militancia. Sirve para fastidiar, para desviar la atención, o como propaganda, pero nada para edificar, y poco para corregir errores o reorientar rumbos.

Oscar Wilde, con su esteticismo característico, dijo algo así como que es muy difícil ser bueno con los amigos, pero que en cambio sí es fácil serlo con los enemigos. Nada más cierto. Qué sencillo es decirle al odioso que muy bien por donde va, darle unas palmaditas en el hombro y que siga rumbo al despeñadero. Al amigo, en cambio, cuando menos, toca pararlo y decirle que por ahí no es. Y muy idiota sería aquel amigo que en solidaridad siga caminando callado al lado. Como se dice tanto: con esos amigos, para qué enemigos.

La disensión es parte del análisis, y el cuestionamiento no puede estar aparte del reconocimiento. Es una dialéctica vieja, elemental. La uniformidad atrofia. De poco sirven los dirigentes que comen callados, los ministros que tragan entero, los jefes que no degluten y no toman decisiones, así choquen. Estos son males que se superan cuando el pueblo ya no es apenas una invención de los políticos tradicionales o de los tantos rebeldes que se quedaron sin causa. La unidad, tan necesaria, es contraste, matices, diversidad. Ahí anida el complemento y así se enriquece lo único que tiene que enriquecerse en un socialismo verdadero: el criterio.


El pueblo y el difícil ejercicio de sí mismo

El pueblo venezolano, y esa es la participación hecha a pulso y el Verbo hecho carne, ahora marcha, vota, habla, invalida o convalida. Dice sí o dice no, cuando hay que decir sí o decir no. Para no ir más lejos, acaba de decir que sí, como tantas otras veces. Sí al proceso en marcha, donde el liderazgo probado es aprobado, y tiene la puerta abierta para entrar de nuevo al ruedo. Nada más, pero eso basta y sobra para el aliento, que ha de ser duradero.

No se trata del vocablo pueblo metido a los trancazos en el discurso, para aderezarlo, buscar congracias y pescar incautos. Una cosa es avanzar codo a codo con María Engracia, la del alto, o el negro Pepe Pérez, y otra distinta tomar la palabra con pinzas y con el tapabocas puesto. Mucho media entre personajes de “taranovela”, como Rosales, Ledezma, Mendoza, Borge, López, Capriles, Ocariz, y un extenso etcétera, que meten al “pueblo” en cualquier frase de cajón de sus discursos acomodados, de agencia, y Chávez, metido hasta el tuétano en las barriadas del 23 de Enero, Catia o Petare, oyendo con sus propios oídos el rosario de cuitas de fulano, mengano y zutano. Hasta las de Perencejo.

El pueblo de la oposición venezolana, el que le importa y al que se dirige, es netamente ciudadano, donde ciudadanos son específicamente los moradores de ciertos sectores privilegiados de las ciudades (v.g. “Aló, ciudadano”). No son ciudadanos los habitantes de las afueras, de los cerros, de las cañadas, de los derrumbes, que a pesar de llevar décadas en la ciudad aún llevan encima pasto llanero, musgo andino o arenas de la Guaira. ¿Qué ciudadanos pueden ser entonces los habitantes de las extensas zonas rurales del país, o los de costas al olvido, monte adentro o socavón abajo? Sencillo: No habitan la ciudad, no son ciudadanos, ergo, no existen.

Pueblo: palabra humilde, venteada, que es conjunto, que añade, que siempre tratan de quebrantar. Me decía Fernando Birri, el cineasta argentino, piedra angular del Nuevo Cine Latinoamericano, que nadie había enfermado tantas palabras del idioma español como las dictaduras militares de Sur América. Y doy un ejemplo en Colombia, donde nunca se declaró oficialmente una dictadura de este tipo, porque los militares han tenido siempre tanto poder que nunca necesitaron la Casa de Nariño para regir los destinos del país. En Colombia, la sola palabra “brigada” dio miedo durante años, pues puertas adentro de estas instituciones militares se cometían las más viles torturas y atrocidades durante los tiempos del Estatuto de Seguridad del gobierno de Turbay Ayala, un antecedente poco preclaro de la actual Seguridad Democrática de Álvaro Uribe. Una palabra enferma en Colombia, que gozaba de plena salud en Cuba, donde las brigadas de alfabetizadores, de jóvenes recolectores, de zafreros, o de lo que fuera, construían palmo a palmo la isla. La palabra “pueblo” tiene que seguir así de sana, en Venezuela y donde sea, para afrontar la peste que la asedia, sobre todo, en el campo mediático, en el que tantas bocas habría que poner en cuarentena.

De la misma manera que el pueblo asume a plenitud su capacidad para ejercer la crítica y la auto crítica, en relación con la construcción social en marcha, también refina con cuidado la palabra dulce que lo evoca y lo invoca en el anzuelo. El pueblo sabe ya harto de eso. Son años. Con los mismos, en las mismas, ejerciendo el terror, la amenaza, la falacia, la distracción y lo baladí. Porque ahí sí que no hay crítica. La palabra es espina. La frase tiene doble filo. El comentario es dentellada.


La palabrería desde la orilla opuesta

Miren que es difícil no haber logrado detener, al cabo de tantos años, la ascendente pelea de perros y la división de unos y otros en la oposición. Y hay que estar muy perdidos para creer que un personaje como el filósofo del Zulia, Manuel Rosales, sin carisma, sin proyección, sin discurso, derrotado comediante que se embrolla solo, pudiera haberle hecho algún día algún contrapeso a Chávez. Y debe estar aún más grave esa misma oposición para que, además de apostarle al hampón como su candidato presidencial, vaya gastando por estos días su mojada pólvora en escudar un gallinazo con orden de detención solicitada por la Fiscalía, edil en efugios y alcaldía en fuga.

Y que en diez años, porque la oposición en Venezuela sí que lleva el tiempo completo maquinando, urdiendo y fraguando, desde las tonterías más nimias originadas en algún té canasta, hasta el magnicidio, acariciado desde los medios, con la presta colaboración de las oligarquías de Colombia y sus muchachos, los paramilitares, que en diez años se le siga siendo fiel al lema inútil de que todos los tiempos pasados eran mejores, y conciban todo avance como un estorbo, toda señal de desarrollo como un progresismo barato, la movilización del pueblo como populismo, la soberanía como desgracia, o el liderazgo asumido y comprometido, como dictadura.

Pero, ante todo, miren que era muchísimo más fácil, a estas alturas del partido, haberse inventado alguna alternativa para plantear, y, en cambio, muy difícil llegar a lo que sí logró esta oposición: estar con las manos vacías, a una década de camino, rezando novenas para que se caiga el proceso bolivariano, poniéndole palos y puntillas a las llantas, difamando y saboteando lo que formula y cimienta, abandonando el barco como ratas, porque siempre han creído, querido y pregonado que el barco se hunde. O que ya se hundió.

Tal vez esa ausencia de verdadero análisis por parte de quienes hacen oposición en Venezuela, que ha sido bueno a la hora de dejarle tomar cuerpo al proceso en marcha, cuando estaba tan famélico desde tantos puntos de vista, ha sido negativo precisamente por la misma causa, cuando genera exceso de confianza, “sobradez”, manda las preocupaciones hacia tonterías, no inquieta sobre los resbalones dados, mucho menos sobre el rumbo avante, o termina haciendo pensar que la defensa a ultranza de cualquier pifia es justa y necesaria, pues al saber que no hay análisis, que no hay crítica, sino burdo ataque, pues se defiende a capa y espada todo lo que sea señalado. Eso hace mucho daño, no porque sea una estrategia eficaz, pues es claro que ni siquiera es una táctica, sino porque se le sigue el juego, porque se termine creyendo o haciendo creer que cualquier chambonada es una virtud, o una característica.

En otras palabras, una oposición que no enciende las alarmas sobre los individuos o las cosas que no sirven en el proceso amplio de la construcción del país, sino que desvía la atención y alerta sobre quienes no le sirven a sus intereses particulares o sobre aquello que le estorba al libre desarrollo de su avidez desmedida.

La larga vida del sano juicio

En un contexto de guerra mediática como el que se vive en el país, puede que la crítica certera no se reconozca o no se acepte de manera pública, que incluso haya que negarla una y otra vez, aunque se desgañite el gallo, eso es otra cosa. Pero lo que no puede ser es que en el fuero interno no se tenga en cuenta ni se haga hasta lo imposible para desarmar los yerros que la suscitan. Ese es el desafío, ahí yace la verdadera sinceridad con lo que se arma como idea, se busca como proyecto, se funda como pueblo.

El pensamiento crítico en Venezuela tiene una tradición que se remonta a los albores del siglo XIX, con personajes de tanto peso como Simón Rodríguez, Andrés Bello, Cecilio Acosta o Fermín Toro, entre muchos otros. Una época dorada de la que no es ajeno Simón Bolívar, quien ejerció la crítica constante de su tiempo y su mundo, y una crítica despiadada contra sí mismo y sus propias realizaciones. Hugo Chávez viene de esa vena esencial que, de una parte, interpreta el espíritu de la época y del momento, y se nutre de experiencia y conocimiento, y, de otra, la aplica en la manera de actuar, pensarnos y proyectarnos. Esa herencia es la que empieza a hacerse visible en la calle, en el barrio, en la vereda. Tiene que ser así. Ese beneficio es el que tiene que sembrarse sin tregua, en todo lado y a toda hora.


(1) Vian, Boris (1982). La hierba roja (Trad. Jordi Martí). España: Bruguera (original en francés, 1950).
(2) Periodistas de los medios privados que se han erigido en actores políticos de la oposición.


Artículo disponible en:
YVKE Radio Mundial
Rebelión
Radio Nacional de Venezuela

jueves, 2 de abril de 2009

España: 70 años vencidos

Por: Patricia Rivas

Este 1 de abril se cumplieron 70 años desde el fin de la Guerra Civil Española, cuando las tropas franquistas alzadas contra el Gobierno legítimo de la República española, por fin pasaron por encima del pueblo de Madrid. Comenzaba una dictadura que lo dejó todo atado y bien atado. Hasta el día de hoy.


La historia de la Guerra Civil española es la de muchos héroes y heroínas anónimos, de todos los pueblos de España y de cientos de pueblos del mundo, que entregaron su vida a la causa de la libertad, de la defensa de la legalidad constitucional, de la lucha a brazo partido contra el fascismo.

Es la historia de horrendos crímenes contra la humanidad, durante y después de la guerra, que apenas fueron un ensayo de lo que sufriría toda Europa bajo la bota de Hitler y Mussolini.

Gernika es solamente una de tantas páginas que dejó la contienda civil española para la historia de la depravación. Una metáfora de la guerra y sus víctimas inocentes. Pero fueron muchos los episodios oscuros que llenan la historia más negra de España: la matanza de civiles en la Plaza de Toros de Badajoz, que hizo correr literalmente ríos de sangre por las calles; los bombardeos sobre la población civil de las principales ciudades, que dejaron estampas de mujeres y niños muertos, tan familiares a las que espantaron nuestras retinas durante la reciente masacre israelí en Gaza; las cientos de miles de ejecuciones extrajudiciales durante y después de la guerra, las cunetas, todavía hoy, atestadas de cadáveres por los que nadie se ha atrevido a preguntar en 60 años… Los niños evacuados, separados de sus madres para siempre ante el avance de las tropas fascistas. El exilio de más de un millón y medio de españoles. El hambre, la humillación y la opresión para los que se quedaron dentro.

Madrid no fue la tumba del fascismo. Los franquistas pasaron. Y se quedaron. Ahí siguen, bien instalados en las juntas de accionistas de las principales empresas del país, en los altos cargos de la administración pública, en la judicatura, en el ejército, en la jerarquía católica.

(Foto: Archivo) Primera plana del diario "La Vanguardia" el 1 de abril de 1939. Los Estados Unidos reconocieron al gobierno golpista, ¡qué cosas!


No ha podido la desmemoria, institucionalizada por los arquitectos de esa gran traición al pueblo español que fue la llamada “transición a la democracia”, borrar la línea entre vencedores y vencidos, entre latifundistas y campesinos sin tierra, entre las dos Españas que vislumbró José Ortega y Gasset ya a principios de siglo (y el visionario Francisco de Goya mucho antes que él en el terrible y profético “Duelo a bastonazos”).

Basta con salir a la calle y mirar las placas: Avenida del Generalísimo, Calle General Mola, Calle General Varela, Calle Moscardó… Búsquele una calle a Durruti, a Pasionaria, a Manuel Azaña, a las Brigadas Internacionales, a la República. Son los vencedores quienes escriben la historia, y le ponen nombre a las ciudades.

La desmemoria es una asignatura obligada en España para las personas de mi generación, que nacimos cuando el carnicero ya era un anciano moribundo, aunque todavía firmaba sentencias de muerte. La desmemoria fue la materia con la que se construyó el consenso y la “reconciliación nacional”, la que hizo posible el regreso del Borbón, designado por el dictador como sucesor al frente del Estado.

(Foto: Archivo) Pancarta legendaria en la calle Toledo de Madrid con la consigna de Dolores Ibarruri que ha quedado como lema de resistencia contra el fascismo: "No pasarán"


Pero la monarquía constitucional española tiene cadáveres insepultos, que inexplicablemente y para espanto de sus centrados gobernantes, se escapan inopinadamente del armario y salen a campar por sus respetos, generando molestia y disgusto a los “padres de la democracia” española.

De vez en cuando, miles de campesinos sin tierra se plantan en la Puerta del Sol de Madrid a exigir reforma agraria, recordándole al gobierno “socialista” que la mayor terrateniente de España sigue siendo, desde la Edad Media, la Duquesa de Alba, una señora muy simpática, por lo demás.

De vez en cuando, y cada vez más a menudo, la bandera tricolor ondea en las marchas de estudiantes, de trabajadores, contra la guerra, en defensa de la revolución cubana, de la soberanía de Venezuela. Y no la portan ancianos de 80 años, sino jóvenes que no conocieron a Franco, y que apenas eran niños cuando Felipe González nos metió en la OTAN, privatizó las joyas de la Corona y armó la guerra sucia del GAL.

La guerra terminó hace 70 años. Pero no ha llegado la paz a España. El 1 de abril de 1939 Francisco Franco firmó el último parte de guerra, pero no ha dejado de haber vencedores y vencidos. Ahora, que la crisis aprieta, son más visibles los yugos e inocultables los desesperados intentos de los vencedores porque la cosa no se les vaya de las manos.

Este aniversario llega en un momento oportuno. Las lecciones del siglo XX son vitales para que los pueblos de España entiendan lo que les espera, y para que los pueblos del Sur puedan reconocerse e identificarse con una tierra que con tanta frecuencia simplifican en una caricatura con trazos de país-desarrollado-del-Norte e Imperio colonialista, olvidándose de la otra España, del hilo rojo de la resistencia de los que, por ahora, llaman “vencidos”.

(Foto: Archivo) La jerarquía católica tuvo a los carniceros bajo palio 40 años. "Por sus actos los conoceréis"...

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