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BELDADES Y MENTIRAS DE GADAFI

Rodeado de sus beldades, vocifera, desafía, miente. Y la voz telúrica en la tribuna es el canto del cisne.

COLOMBIA: UN PAÍS MINADO POR EL DESPOJO MINERO

En un país en donde nunca estamos sentados a la mesa ni para lo nuestro, no hay otra opción: Terminamos haciendo parte del menú.

REMESAS Y POBREZA EN COLOMBIA: UNA RELACIÓN EVIDENTE

Según previsiones actuales, se recuperarán niveles anteriores de remesas desde el extranjero sólo a partir de 2012 o 2013.

COLOMBIA AFRONTA EL CRECIMIENTO DEL PARAMILITARISMO

La estructura del paramilitarismo se redujo en algunas regiones del país, pero en otras permaneció intacta o hasta creció. .

ENFERMEDADES 'LEVES' QUE MATAN EN COLOMBIA

Los pacientes con diagnóstico de alguna enfermedad prevenible terminan en una gran tragedia personal y familiar, requiriendo cuidados médicos que las entidades designadas no prestan efectivamente.

martes, 16 de septiembre de 2008

Bolivia: Una masacre no negociable


 

Por:  Juan Alberto Sánchez Marín

 

Bolivia es un país que marcha. Los movimientos sociales, indígenas, obreros, cocaleros y trabajadores, se han valido de las marchas para oponerse o apoyar medidas gubernamentales, o al gobierno mismo.

 

El actual presidente del país, Evo Morales, viene de ahí, y sabe de marchas. Evo Morales marchó con los cocaleros y organizó bloqueos campesinos. Así se opuso a muchas medidas gubernamentales y evidenció su liderazgo.

 

Ahora, en el gobierno, siguen las marchas campesinas e indígenas. Y son a su favor, para apoyar sus medidas, frente a una oposición que ve amenazados sus intereses.

 

A eso, a marchar, iban cientos de campesinos durante la madrugada del jueves 11 de septiembre: Para protestar contra la toma violenta de instituciones públicas, impulsada por Leopoldo Fernández, prefecto del departamento de Pando.

 

LOS HECHOS

 

La noche anterior, buena parte del país se había acostado con un sabor dulce en la boca: La selección boliviana de fútbol había conseguido un “sorprendente” y “reconfortante” empate 0 – 0, frente a Brasil, en el propio patio carioca.

 

Pero el despertar del país no podía ser más amargo. Según los testimonios, la marcha de los campesinos fue emboscada a la altura del puente sobre el río Tahuamanu, municipio Porvenir, a unos 30 kilómetros de la ciudad de Cobija, capital de Pando.

 

“Fuimos emboscados a las tres de la mañana, en la comunidad de Tres Barracas”, afirma Rosa Lucía Alpire, una campesina sobreviviente, quien agrega que “La Policía les dio todas las facultades para que nos barran a bala con ametralladoras, escopetas, revólveres, gases y con todo lo que ellos tenían, porque estaban bien armados. Habían contratado brasileños".

 

Antes de huir, el prefecto Fernández se preguntaba y se respondía: “¿Sicarios brasileños? Eso es un embuste del gobierno. Absolutamente nada que ver con lo que habla el gobierno; ya basta. Este país necesita tranquilidad”.

 

Cada día que transcurre desde los hechos, la cifra de los muertos ha venido en aumento. Voceros gubernamentales hablan de un saldo preliminar de 25 muertos, 37 heridos por impactos de bala y 106 desaparecidos.

 

“En Cobija, los sectores autonomistas, que realmente son separatistas, han llegado al extremo de la barbarie, atacando en forma racista a las personas del occidente, a paceños, cochabambinos, quechuas, aymaras”, ha dicho Ramiro Tapia, ministro boliviano de Salud, uno de los altos funcionarios destacados por el gobierno para hacerle frente a la situación, en entrevista con EL ESPECTADOR.

 

Otro campesino sobreviviente de la masacre, Rodrigo Medina Alipaz, sostiene que “nosotros no llevábamos armas, porque de haber sido así no hubiéramos llevado mujeres y niños, hubiéramos tomado Porvenir e inclusive la Prefectura en Cobija, pero no veníamos a eso, sino a una marcha pacífica”.

 

LOS ANTECEDENTES

 

Evo Morales llegó al poder con la promesa de impulsar la refundación del país, a través de una asamblea constituyente, y de recuperar los recursos naturales.

 

El 1 de mayo de 2006, cinco meses después de la toma de posesión, el presidente Morales cumplió su primera promesa, decretando la nacionalización de los hidrocarburos para el estado boliviano.

 

La nacionalización y la mejora de los precios de exportación de gas pautados con Brasil y Argentina, multiplicaron por diez los ingresos. De los 200 millones de dólares que las exportaciones de gas significaron en 2003, Bolivia pasó a recaudar más de 2.000 millones en 2007.

 

“Bolivia ha tenido un desarrollo importante, en un panorama de inclusión social, que se plasma en hechos concretos”, expresa el ministro Tapia. “Y lo fundamental es que para tener ese desarrollo, Bolivia ha recuperado su soberanía. La nacionalización de los hidrocarburos, y de empresas productivas, como Entel, encargada de telefonía, han hecho que tengamos mejores recursos y perspectivas para apoyar la salud, la educación y el mismo sector productivo”.

 

El gobierno de Evo Morales modificó también la Ley de Hidrocarburos, incrementando los impuestos directos y el pago de regalías al estado, por parte de las empresas que explotan el gas. Los ingresos se reparten a alcaldías, prefecturas y universidades del estado, que ahora reciben más de 550 millones de dólares del impuesto directo.

 

Llama la atención que los prefectos opositores de la Media Luna, que apoyaron la masacre al pueblo boliviano cuando salió a defender sus recursos en 2003, en la llamada “guerra del gas”, ahora sean los primeros en reclamar el impuesto directo a los hidrocarburos, establecido por el actual gobierno.

 

“Claro que se han atacado intereses. La empresa privada, que trataba de hegemonizar muchos sectores, ahora los tiene que compartir. La reversión de tierras, había gente que era dueña de extensas tierras improductivas, ahora estas son revertidas para ponerlas a producir. Y los grupos que más han sido afectados, están en el mal denominado sector de la Media Luna, como Santacruz, Beni, Pando, Tarija”

 

Los llamados comités cívicos y las prefecturas de estas regiones demandan la devolución del Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH). Gracias a estos recursos, el gobierno había destinado el pago de un bono para la tercera edad, la “Renta Dignidad”.

 

“Este sector no quiere que se realice esto, por eso se producen tales reacciones desesperadas, que están enfrentando a los bolivianos. Vale decir, son un grupo reducido, con poco respaldo, pero que cada vez es más activo, más intolerante”, anota el ministro Ramiro Tapia.

 

Comenzaron hace unas semanas fomentando bloqueos. Ahora han llegado a ametrallar campesinos, quemar sedes sindicales y ubicar francotiradores para asesinar gente desarmada en zonas populosas de Santa Cruz.

 

A ciencia cierta, el espanto de la derecha boliviana proviene de la inminencia del cumplimiento de la segunda promesa de Evo Morales: la de una nueva Constitución, un paso determinante en los propósitos de refundación del país.

 

El referendo nacional constituyente se había fijado para el próximo 7 de diciembre, pero la Corte Nacional Electoral exigió la aprobación de una ley de convocatoria. Así, el referendo ha quedado en manos del Congreso, donde el Movimiento al Socialismo (MAS), el instrumento político de Evo Morales, deberá buscar alianzas con la "oposición democrática".

 

Si en el reciente referendo revocatorio, al cual se sometió Evo Morales, el presidente obtuvo el 67,41% de los votos a su favor, contra medios, viento y marea, superando de sobra el de la propia elección (53,74%), tienen razón los opositores para estar asustados.

 

La nueva Constitución, que garantiza el estado plurinacional, donde la diversidad de los pueblos tiene los mismos derechos y obligaciones, resuena ya de punta a punta en una Bolivia en la que el 80% de la población, la pobre e indígena, ha sido ancestralmente excluida, mejor dicho, anulada.

 

LA INJERENCIA

 

En medio de la crisis, el gobierno boliviano expulsó del país al embajador de Estados Unidos, Philip Goldberg, quien señaló que fue una decisión no evaluada apropiadamente y advirtió que su salida traerá consecuencias.

 

“La expulsión no viene dada por la determinación de un momento o una circunstancia”, anota el ministro. “Siempre hubo intromisión del gobierno estadounidense, pero lo que nunca habrá ya es confabulación. Reunirse con los representantes que generan los conflictos, fomentar los mismos, ha hecho que se tome una decisión que es compartida por  el pueblo de Bolivia. Bolivia es digna y es soberana.”

 

“Queremos tener relaciones fraternas con los EE.UU, pero respetándonos como naciones, eso es fundamental para la vida democrática de un país. Las relaciones deberían seguir en un marco de cooperación recíproca, respetando la normativa interna y las reivindicaciones que se adelantan.”

 

LAS MEDIDAS

 

Paralelamente a la masacre del Porvenir, hubo persecución en la provincia Filadelfia, también en Cobija, que aloja un centro de formación de maestros, donde va mucha gente del occidente del país. Allí han ido a matar “collas”, como despectivamente son llamados los habitantes de los departamentos occidentales.

 

“Tenemos relatos desgarradores”, cuenta el ministro Tapia a EL ESPECTADOR. “No han respetado edades ni la clemencia que pedían las víctimas, han apaleado sin misericordia. Muchos huyeron hacia los cerros y los ríos. Tenemos 50 desaparecidos allí, no sabemos dónde están. Es por eso que nuestro gobierno decretó el estado de sitio, para preservar la vida de estos compañeros”.

 

Una medida para muchos tardía, pues mientras el gobierno lo determinaba, las persecuciones y los asesinatos continuaban.

 

UNASUR ha dado un “pleno y decidido respaldo al presidente Evo Morales”, rechazando de manera enérgica cualquier ruptura del orden institucional y democrático, y, atendiendo el llamado del gobierno boliviano, ha determinado la creación de una comisión para investigar la masacre en Pando.

 

“El responsable de esta acción es el señor Leopoldo Fernández como prefecto de Pando, porque hemos visto utilizar las movilidades (vehículos) de la Prefectura, en cada uno de ellos más de 30 hombres armados con fusiles, metralletas y revólveres”, dice el campesino Rodrigo Medina Alipaz.

 

La fiscalía de Bolivia le ha abierto un proceso penal al prefecto Fernández, quien fue detenido en la mañana de ayer, “por la presunta comisión del delito de genocidio en su forma de masacre sangrienta”.

 

El vicepresidente Álvaro García Linera, por su parte, anunció que el congreso instalará una comisión para investigar la participación de Fernández. Se mantiene la voluntad de sostener un diálogo abierto con la oposición, sin ceder en los principios básicos. “Las responsabilidades penales de un genocidio como éste no pueden ser negociadas, bajo ninguna circunstancia”.

 

17 de septiembre de 2008,

El Espectador (Colombia).

 

 

jueves, 11 de septiembre de 2008

De buenos y malos


Portada en Macleans



Por: Juan Alberto Sánchez Marín

Debió ser Dios, quien debió ser bueno, el primero al que se le ocurrió hablar de buenos y malos. Ya en el Edén estaba plantado el árbol del Bien y del Mal, que producía unas manzanas exquisitas. Sabemos de sobra de qué modo dio Eva buena cuenta de ellas. Eva, que no sólo debió ser buena, sino estarlo, como hechura iluminada del mismísimo Creador.

Malos los hay por montones y buenos los tenemos a millones. Los malos, como su nombre lo indica, se dedican a hacer toda clase de cosas pérfidas, es decir, malas, las que nos arruinan los días y la vida.

Los buenos son obsesionados haciendo lo opuesto: una mano de cosas buenas que de tan buenas terminan haciéndonos muy hartos los días y, desde luego, con los días también arruinándonos la vida.

El santoral nos muestra un reguero de santos, de los cuales muchos debieron ser realmente buenos. Los restantes no lo fueron tanto, pero hay que reconocerles su capacidad para soportar con estoicismo sus fatídicos nombres, que se evidencian en el santoral o en el mismísimo Bristol, lo que debió hacerlos merecedores de la dignidad.

Los libros de historia también están atiborrados de personajes buenos. Semidioses, héroes, conquistadores, libertadores, próceres, y una lista que no acaba. Todos llenos de hazañas viles, y a los que les debemos tanto: la vida y los genes, la verdad y la luz.

Atila se salvó de ser malo por ser algo peor: bárbaro. Los otoñales emperadores romanos lo despreciaban con petulancia. Ellos, en cambio, eran los buenos de entonces. Porque le hacían frente al Huno. Porque defendían el Imperio. Porque resguardaban la civilización y el orden. Porque salvaguardaban tantas cosas parecidas a las que hoy defienden tantos que todavía creemos que son los buenos.

Colón también era un tipo bueno, a pesar de lo soñador. Cómo no iba a serlo, si salvó a la Madre Patria, y con ella a Fernando, y a su Isabel, de la hecatombe total, con el mucho oro procedente de las Indias. Colón, que hizo posible a Carlos y al mismo Felipe. Aunque con el propósito de llegar a otra parte, llegó aquí y sí resultó funesto para los nativos de estas tierras, que gracias a él y a su descubrimiento alcanzaron de facto la miseria y a la larga la extinción. Colón es bueno en el balance general de la historia, donde los oprimidos no pesan tanto como los buenos de estirpe.

En nuestro país, la historia al respecto también es variopinta. Bolívar y Nariño, que fueron buenos, a veces no son tan buenos por el sencillo hecho que querer cosas buenas no sólo para los buenos, sino para todos. Santander, además de ser un típico militar bueno, fue un tremendo mentiroso, al que le debemos la frase aquella de que las leyes nos darían la libertad, cuando la verdad es que éstas siempre nos otorgaron y continúan otorgando exactamente lo contrario. Pero la mentira afecta para bien a los buenos. Hay que tenerlo presente.

Ahora hablemos de los buenos de nuestros días, que tantos los hay y de sobra. George W. Bush, digamos, es muy bueno porque le hizo frente a Saddam Hussein y a Osama Bin Laden, unos hunos fundamentalistas; al uno casi lo borra del mapa con país y todo, y al otro casi lo captura. Porque así defiende el Imperio. Porque resguarda la civilización y el orden. Porque parece un emperador otoñal. Pero, sobre todo, Bush es bueno porque tiene a Ashcroft como Secretario de Justicia, un personaje siniestro que tal vez en otra parte hiciera menos daño, pero entonces tal vez ni los propios norteamericanos lo tendrían a la vista y a buen recaudo.

Hasta la Teatcher, que salvó a las Foulkland de ser Malvinas y ambas de los argentinos, y que tan buenas migas hizo con el Bush padre, era buena, a pesar de lo que creía el laborismo inglés cuando creíamos que era menos malo y sometido. Antes de Tony, claro está.

En el bestiario de buenos y malos, tenemos buenos vueltos malos y viceversa. Los generales Galtieri (q.e.p. no d.) o Videla, de Argentina, o Pinochet (gracias a Dios muerto y para desgracia de la Justicia), de Chile, que fueron buenos mientras desaparecieron, masacraron e hicieron y deshicieron en el poder, se volvieron malos cuando dejaron de hacerlo.

Y lo contrario, malos conversos, como lo fue Yeltsin en Rusia, o lo es hoy en día Carter en el mundo. Yeltsin se hizo bueno cuando ahogó a punta de represión al pueblo checheno y al propio pueblo ruso, pero dejó respirar las reglas del mercado salvador. Le puso (y puesto de la peor manera) el gorro del tío Sam al oso de peluche. Carter, que ahora es un buen Nobel, fue malo por demócrata y por su falta de carácter: tuvo que haber sido más malo cuando pudo y no lo hizo. Y fue tan malo por no haber rescatado a sangre y fuego los rehenes de Entebe, que perdió la reelección.

En Colombia también tenemos el caso típico del malo converso: López Michelsen, que fue malo cuando fundó algo bueno, el M.R.L. López, no el Pumarejo, liberal de a de veras, sino el del mandato claro, del que en serio no nos quedó si no la broma, la de resultarnos muy caro. Sin embargo, ahora López es un bueno más, cuya única maldad es opinar tanto sobre tantas cosas, que tantos buenos se creen.

Un importante escritor latinoamericano, en cierta ocasión, decía que desde el punto de vista de una lombriz un plato de espaguetis puede parecer una orgía. Una frase muy cierta si la acomodamos al tema de los buenos y los malos, que más que de los unos y los otros, tiene mucho de perspectivas, intereses, conveniencias y momentos.

Nuestros presidentes, por ejemplo, que con la excepción del ya citado, siempre fueron buenos antes de ser tales. Son invariablemente malos cuando rigen los destinos del país; vuelven a ser buenos cuando son expresidentes y lo son aún más a medida que pasa el tiempo. Por nuestra mala memoria, son como el buen vino.

Gaviria es un César sin cesar. Fue un buen presidente para los gaviristas del país y para los cientos de Gavirias de Pereira, y para los taiwaneses, los chinos y, quién lo duda, para los gringos, que lo premiaron con la O.E.A., convencidos de que seguiría haciendo allá lo mismo que hizo aquí: nada y sin mucha alharaca. No fue tan eficiente para todos los demás, ni siquiera para los galanistas. Quién sabe qué tal haya sido para la Constitución promulgada en su propio gobierno, a la que le minó con suspicacia todas las bases para su posible implementación.

Samper, que sólo fue bueno, por ejemplo, por el Sisben, por la Red de Solidaridad, o por defender el ISS, el SENA o el ICBF, no lo fue mucho justamente por lo mismo y mantener con vida tales embelecos, que de algún modo frenaron la inercia de la privatización total de la seguridad social. Algo que sin duda habría sido rebueno para los bolsillos de muchos.

Pastrana no fue bueno por el Forec, que sirvió tanto. Lo fue por no haber logrado lo único que en realidad intentó durante su mandato: una paz huera e intrascendente. Pero aún es malo porque es reciente, y todavía huelen la laca y los afeites de sus alocuciones. Habrá que esperar algún tiempo, mientras los preceptos sabidos hacen su efecto y lo vuelven bueno de una vez por todas y para siempre.

Carlos Castaño también es un tipo bueno cuando ordena y ejecuta masacres, acciones terroristas y lo que se quiera, para defendernos tierrita y vaquitas en Puerto Boyacá, o más arriba, al sur de Córdova, o dónde sea. Hasta debe ser muy bueno para el exministro Marulanda. Pero no lo es tanto cuando lo hace por su propia cuenta o para beneficio propio, o sin una causa así de justa.

Lo malo de Tirofijo no es que sea bueno, sino que tenga tan buena memoria: aún tira tiros por unas gallinas de hace cincuenta años. Pero es malísimo cuando actúa como agente de control del ansia voraz de nuestra consabida y torpe oligarquía, y se dedica a hacer exactamente lo mismo que ella hace en el sentido contrario, pero con los mismos resultados: campos asolados, pueblos chamuscados, un país entero devastado.

Estamos llenos de buenos. La lista no acaba. Está Sabas Pretelt, bueno y adalid de los comerciantes, peor para las cajas de compensación. Don Sabas, más pretoriano que Pretelt. Está Monseñor Pedro Rubiano Saenz, que de ser tan bueno algo malo tiene, y es tener mucho interés sagrado a cuestas. No ha de ser fácil marchar sobre el lomo del elefante episcopal.

Gente buena como Luis Carlos Sarmiento Angulo, que nos presta plata, sea como sea y al costo que sea. Ardilla Lulle, que es filántropo y algo nos devuelve con su cacareada clínica en Bucaramanga. O Santodomingo, que nos representa en el Jet Set internacional, y, aunque genera pobreza a granel, también genera uno que otro empleo. Benditos sean.

Y ni hablar del actual presidente, un bueno con creces, con cuyas caravanas de ruleta rusa, sus benévolas reformas y sus afables impuestos habremos de Convivir unos buenos años. Lo único malo, o al menos muy raro, además de hacerle creer a tantos la falacia de que la paz ya se avista así sea con telescopio desde el sexto piso del Ministerio de Defensa, es el cruce de poco fiar de lograr esa misma paz por medio de la guerra, algo sólo parecido al del artilugio ministerial de Londoño y Junguito juntos. Cuestiones de la postmodernidad anidando en una patria tan premoderna habrán de ser. O de los trucos de circo barato que son los medios de comunicación.

Un país que, definitivamente, es una contradicción compleja. Un jolgorio del dolor. Donde hay fuerzas oscuras perversas, que son claras y están compuestas por más buenos que malos. Hay godos de avanzada y hasta simpáticos, vaya anomalía, y hay liberales retrógrados a más no poder. Hay independientes dependientes, y al derecho y al revés. Hay voces nuevas y pujantes que son acalladas al instante, y existen runrunes caducos que oímos y seguimos como oráculos. Hay malos que son buenos, y buenos que no son tan buenos.

Volviendo a Dios, que gracias a sí mismo todavía debe ser bueno, apenas resta pedirle que nos libre cuanto antes de los de su índole. De los malos lo hacemos siempre nosotros, sin ayuda, pues con los tales sabemos a qué atenernos. Frente a los buenos, por el contrario, estamos desvalidos y sin recursos; nos hacen tanto daño, tan de seguido y de tantas formas, que de seguro la vida sería menos peliaguda sin ellos. Y, sobre todo, oh Dios, líbranos de que a nosotros mismos se nos ocurra algún día llegar a ser tan buenos como los que andan por ahí haciendo el bien, sueltos y coleando.

31 de diciembre de 2003.

Alí, el iraquí


Por: Juan Alberto Sánchez Marín

Conocí a Alí hacia 1988, en La Habana, cuando éste era un despreocupado aprendiz de medicina, tan obnubilado como cualquier estudiante extranjero en el enloquecedor paraíso tropical que es Cuba. Una isla tórrida en todos los sentidos imaginables, aún para el propio Alí, que procedía de una tierra ardiente y soleada, con desiertos puestos sobre calderos de petróleo. Alí era Iraquí.

Más que Saddam Hussein -que ni le iba ni le venía-, más que su medicina, su socialismo o muerte, o la friolera de sus desordenes caribeños, a Alí le importaba Iraq. Su vida eran los atardeceres de niño con las aguas del Tigris hasta los tobillos, simple y llanamente. Si es que tal estampa tiene algo de simple y llano, en una tierra sin par en el vaivén de la historia y la geografía universales.

El tema de su tierra era lo único que atajaba sus compases apresurados, llenos de inflexiones bruscas y ritmos orientales pasados por cha cha chá. Recursos infalibles a la hora de dejar boquiabierta a la mulata de turno.

Le encantaba la carne de carnero, preparada en secreto por él mismo, con una receta aromática y mudable que impedía seguirle la pista. Mientras permanecía callado, hubiera pasado por sirio o iraní a nuestros ojos de occidentales despistados. Ahí habría que entender a Bush, a Powell, a Rumsfeld o al mismísimo diablo. Mejor dicho, a quienes ahora ven un iraquí en cada sirio, como ven un sirio en cada árabe. O un árabe en cualquiera. O un sospechoso en quien no sea gringo. Un despiste imperial ya maníaco.

A simple vista, Alí podría ser el hijo de Sheik, sin patria clara y cara de Valentino. Pero cuando hablaba era imposible no darse cuenta de que sólo era iraquí, e incapaz de ser de otra parte. Y que además era de Bagdad, ciudad que nombraba y añoraba en cada frase. También, nos dejó muy en claro que tenía una familia tranquila y feliz, con un padre, una madre, y hasta una hermana y dos hermanos. Mejor dicho, una familia parecida a las de todos los demás. Al fin y al cabo, aunque algunos creyeran que a veces lo disimulaba, Alí también era un ser humano.

Cuando la invasión de Saddam a Kuwait, Alí se preocupó mucho. Casi dejó de bailar y se clavó al televisor, siguiendo hora tras hora los noticiarios, como cualquier alienado de estos lares. Recuerdo que por aquellos días exclamó: “Habría sido mejor invadir La Florida”. Un chiste que entonces nadie entendió plenamente, de lo puro cierto que era. Y es que Kuwait era y sigue siendo un estado gringo enclavado en el Medio Oriente. Con el añadido de que resultaba mucho más importante y estratégico para la Unión que la propia Florida.

El susto de Alí tenía la razón de ser que tienen los augurios funestos: la acción demencial de Saddam en Kuwait, buscando escurrirle el bulto a la deuda ciertamente infame en la que se había montado careado por Occidente y los árabes a una para librarlos a todos de los iranios, o, mejor, de la azarosa y embarazosa revolución chií del Ayatolá Seyyed Ruhollah Musavi Jomeini, iba a acarrear acciones de resarcimiento forzado aún más desfachatadas y bárbaras que la original, e iba a sumir a su país en la ironía de morirse de hambre sentado sobre la segunda mayor fortuna petrolera del mundo. Justamente por eso, claro está.

Poco tiempo después, una noche, Alí volvió al barullo y pasó las horas igual que pasaba muchas en aquellos años habaneros, de largo y sin estorbos. Pero al día siguiente de otro día cualquiera, casi de improviso, Alí se levantaría espantado en su casa de Bagdad. La resaca era distinta a la de todos los días. No se la producían las copas previas, ni el amor del alma, ni la isla entera que dejó, sino el futuro viniéndosele encima. El desvelo escarpado de la noche anterior y ese despabilarse súbito en su propia tierra, se los originaba el rumor de tempestad de entonces, que en realidad era el zumbido clarísimo de la “Tormenta del Desierto”.

Alí partió sin previo aviso. Se fue, como si se tratara del llamado de la selva, insoslayable e inevitable. Su corazonada la vimos volverse realidad algunas semanas después, a través de la CNN, en una feria de juegos artificiales que el Bush padre y el mismo Powell de ahora nos volvieron un aséptico juego de Nintendo. Varios años después, traté de averiguar por el destino del amigo. Supe que nunca regresó a La Habana. Se quedó allá en plena Mesopotamia haciendo por la patria lo que él estaba seguro que tenía que hacer: defenderle el futuro, desde las mismas entrañas y con las suyas propias.

Más de una década después, cuando el voraz afán de los halcones por rescatar su pueblo de las garras que ellos mismos una vez afilaron acabó con el país de cabo a rabo, no dejo de preguntarme qué habrá sido de los Alí (que en realidad era el apellido). Si Alí se casó y si tuvo hijos, ¿dónde están ahora? Y su hermana, la de la foto en la mesita de la sala, que tantos con gusto habríamos aceptado acoger en La Habana, ¿qué se hizo? Y los padres, ¿dónde dejarían la tranquilidad y la felicidad que le daban la fuerza a Alí?

Ahora que la reciente guerra en Iraq parecía un programa más de la televisión, un bocato di cardinale para los noticieros, o algo remoto, que aunque se transmitía en directo pareciera que sucedió en el pasado, como las lluvias de Borges, tampoco puedo dejar de agradecer a Alí por ayudarme a comprender desde hace tiempo que este inmemorial país está a la vuelta de la esquina, habitado por familias que tienen hijos, que tienen padres y madres y hermanas y vecinos, pues la distancia es un eufemismo cuando se trata de las cosas del corazón. De agradecerle por haber hecho posible que ahora me pregunte por el destino de iraquíes de carne y hueso, con rostro y nombres propios, que tomaban ron blanco, besaban las fotos rugosas de las amadas exóticas y creían en las mañanas de cada día.

Los mismos que hoy se niegan a mostrar los grandes medios de comunicación avalados por el Pentágono, apostados en las esquinas desoladas de Iraq, limitándose a registrar con algazara las migajas del pan amargo y del agua con sabor a hiel que ofrece el invasor como ayuda humanitaria. No los muestran porque eso le daría a entender al resto del mundo lo que éste sabe de sobra: que esta guerra preventiva de nada provocó de todo.

Que fue ni más ni menos una guerra como son todas las guerras: ni quirúrgica, ni terapéutica, con bombas embrutecidas escarbando entre el patrimonio de la humanidad a la caza de más seres humanos para asesinar, y con aviones bombarderos lo suficientemente inteligentes como para caerse solos, sin la menor ayuda.

Muchas gracias a Alí, adonde quiera que esté, en el paraíso sunita bailando danzones en medio de las huríes, o la danza del horror y la muerte si es que todavía está vivo.

25 de marzo de 2003.

Remiendos

Fidel y Arnaldo Ochoa, atrás.

Por: Juan Alberto Sánchez Marín

Saramago se abrió del parche cubano, como diría cualquier joven colombiano. “Hasta aquí he llegado yo”, escribió de manera tajante, desconsolado ante el fusilamiento por parte de la justicia cubana de tres secuestradores, quienes, llenos de ilusas esperanzas, enfilaron una vieja embarcación hacia La Florida, o hacia la costa que fuera, en un supuesto país de felicidades sin vuelta de tuerca.

Pero aunque el progresista Nobel ha sido el único que ha tomado esta decisión, otras importantes figuras de las letras, sin irse, han expresado el sabor amargo que la decisión les ha dejado en la boca, y más adentro, en el corazón. Me refiero a dos ilustres y fieles partidarios de Cuba: Eduardo Galeano y Mario Benedetti, un par de uruguayos del mundo, que ahora se han santiguado abiertamente.

No es para menos. Estados Unidos, el otro país de nuestro continente que conserva tan aberrante medida, la aplica porque en un sistema con tantos dólares que perder lo que menos importa es el dolor, o la razón, o bagatelas de ese corte, que sí tienen que importarnos en la América Latina, donde lo poco que tenemos para salvaguardar son precisamente la justicia, la verdad y, por lo menos, la vida.

Sería muy extraño que los gringos no emplearan la pena de muerte. Es inaudito que los cubanos se obstinen en seguir aplicándola, y que además de eso lo hagan sin el menor prurito, con la estupidez que otorga la rígida certeza de estar haciendo lo correcto, sin duda ni cuestionamientos. Un sombrío deber cumplido.

En 1990, cuando la misma injusticia llevó al pelotón de fusilamiento al general Arnaldo Ochoa, y a los hermanos Tony y Patricio De La Guardia, entre otros, una sensación de desazón recorrió la isla de oriente a occidente. El juicio, cuyo desenlace todo el mundo sabía desde el primer capítulo, se siguió noche tras noche con una lealtad tan masiva y tajante que destronó a Doña Beja, una telenovela brasileña hasta entonces sin rival en el horario triple A. Sintonizamos el juicio con una esperanza que sabíamos inútil: la de que los culpables, que no lo parecían tanto, tampoco lo fueran.

A medida que los episodios avanzaban, la fe fue cambiando: queríamos que los culpables fueran perdonados. Después, confiábamos en que los culpables fueran condenados a cien o doscientos años, a dos o tres cadenas perpetuas, pero que no fueran eliminados. Al final, cuando se acercó la hora de la ejecución, sólo podíamos esperar un gesto de grandeza por parte de Fidel. Aunque en el fuero interno todo el mundo sabía que ni él mismo hubiera podido hacer algo. La vida de Ochoa y los demás era una bola de nieve que ya no la paraba sino la muerte.

¿Por qué? Cuba era Cuba. Y era un momento en el que el país no podía dejar abierto el resquicio de cualquier posibilidad de vinculación del gobierno con el tráfico de drogas. Casi todo el mundo socialista se derrumbaba como un castillo de naipes o como un muro de Berlín. Saddam Hussein aún no invadía a Kuwait. Para colmo, Osama Bin Laden todavía era bueno y querido. Así las cosas: Las drogas eran el enemigo; Cuba era el enemigo. Cuba y las drogas juntas eran una mezcla explosiva, que una cruzada libertaria de las que tan bien sabemos hubiera podido borrar la isla del mapa, sin paliativos.

Antes de la ejecución, Yanina, la hija del general, lo visitó en su celda. Fue con su pequeño hijo, Juan Pablo, entonces de unos dos años, de quien las mentes afiebradas de la isla decían que había sido nombrado en homenaje al amigo del alma del abuelo, don Pablo, el Escobar, de Colombia, en una mentira tan grande y despiadada como las que se permiten las sociedades buenas y desocupadas. Sería la última vez que ambos lo verían.

En aquella atribulada visita salieron a flote el sentido de fortaleza y confianza legado por el general a la hija, así como el aliento para seguir creyendo en Cuba y dando todo por la revolución. Fue un terrible pacto de silencio, que durante los largos días y meses de aquel entonces Yanina nunca rompió. No lo hizo cuando la rabia y las ofertas para hacerlo proliferaban, desde La Florida, en los Estados Unidos; desde Miami, en La Florida, y, sobre todo, desde La Pequeña Habana, en Miami. Dudo mucho que lo haya hecho después.

Arnaldo Ochoa acompañó la revolución desde cuando todavía no era revolución, y fue parte de ella en los albores, cuando entró en La Habana, mozuelo e indocumentado, al lado de sus héroes. Aún varias décadas después, cuando acaecieron los sucesos relatados, Arnaldo era un general joven, con perfil y condecoraciones, orgullo y ambición. Los rumores fueron y vinieron en torno a lo que pasó. Que sí manejaba un cartel y que no. Que no lo manejaba pero sí sabía y que no. Que era un general azaroso para Fidel, o para Raúl, el fiel hermano de Fidel, y que no.

Que esto y que lo otro, lo cierto es que sin importar lo uno ni lo otro y sin juzgar si era bueno o malo, inocente o culpable, era mejor vivo que muerto, aun para la propia revolución. Era claro el mal desaforado que Ochoa hubiera podido hacerle a las casi cuatro décadas de autonomía cubana, con una sola declaración suya en contra de las circunstancias que atravesaba, o retractándose al final de su aceptada culpabilidad. Pero no lo hizo.

Y sí se hizo mucho daño la revolución a sí misma con su muerte, matándolo así fuera por los miedos y las presiones mencionadas. Vivo, todo lo indica y así fue palpable, el general habría guardado silencio para siempre, con la misma entereza que lo hizo la hija huérfana. Muerto, en cambio, vive y vivirá por siempre dando tumbos en la conciencia de una revolución que podría ser más confiable, más humana y mucho menos ortodoxa.

Perdurará Arnaldo, sin generalato, sin los galones ni las condecoraciones, viva quien viva y muera quien muera. Lo hará de la misma manera que viven y vivirán por siempre sus compañeros de desgracia, culpables, más o menos culpables, o muy culpables, o los cientos de fusilados cuando las purgas también entendibles del principio, o los tres secuestradores disparatados de ahora, como remiendos en la conciencia de una revolución vital que no tendría por qué tenerlos.


18 de abril de 2003.



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