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lunes, 22 de febrero de 2010

Obdulio y su obsesión obliterante

Por: Carolina Sanín

EN VEZ DE CERRAR LA REVISTA CAMBIO tras censurarla, la Casa Editorial El Tiempo ha prometido transformarla en lo contrario de lo que fue: en una publicación ‘light’.


Como suele hacer la mafia con sus víctimas, borrará la identidad del cadáver y, con ello, la evidencia de la ejecución; o, como suelen hacer los regimenes totalitarios, hará desaparecer el elemento incómodo sin darlo por muerto ni darle sepultura. Así, la Casa será coherente con la motivación mafiosa de su autocensura, a saber, la satisfacción del deseo del consigliere José Obdulio Gaviria, primado de Palacio.

Para borrar la identidad de la revista Cambio, la CEET también ha mutilado su cuerpo. Desde el pasado 4 de febrero y hasta el día en que escribo, 12 de febrero, en el sitio digital de la revista no se ha podido leer la edición del 14 de agosto de 2008. Aparece la portada (en esa ocasión fue el retrato de José Obdulio), pero la revista está vacía. Su contenido se borró, y hay un espacio en blanco en lugar del número que le corresponde. Todas las demás ediciones, desde enero del 2007 hasta hoy, están numeradas y pueden consultarse sin problema.


La edición 789, ahora edición N.N., contenía en vida un artículo titulado “El país según José Obdulio”, que reseñaba las tesis de Gaviria con respecto a la situación política colombiana. Estas tesis, como ponía en evidencia Cambio, constituían otros actos de borramiento: negaban la existencia del conflicto armado en Colombia y la existencia del desplazamiento interno causado por la violencia. Aunque ahora se han esfumado, el lector puede seguir su rastro en las columnas del mismo José Obdulio, que sí están, todas y enteras, en el archivo digital de El Tiempo: con su espantoso estilo, con sus comillas excesivas (como las de alguien que sabe que miente), con su prosa energúmena erizada de interjecciones y de signos de exclamación, con su abuso de la retórica elemental de me pregunto y me respondo, con sus autocitas, con su plural mayestático, con un genial “¡qué bah!” (por “¡qué va!”), y con esas palabras (bigornia, gorobeto) que el autor rebusca en los diccionarios para parecer campechano e instruido a la vez.

De sus columnas salta a la vista que José Obdulio tiene el impulso irreprimible de borrar. Está obsesionado por borrar a los opositores de Uribe y exhorta continuamente a hacerlo. En su cruzada por borrar distinciones, dice que los defensores de los derechos humanos son comunistas y que los antiuribistas son terroristas; afirma que las ideas de Lenin constituyeron “la base teórica” del genocidio nazi, sugiere que Jaime Garzón y Álvaro Uribe estaban del mismo lado, se equipara con Fray Luis de León, y canta que las Farc son “el dios (¿?) Minotauro que pide cada año siete doncellas núbiles y siete mozos esbeltos”.

Toda obsesión es un síntoma. ¿Cuál será el contenido psíquico específico que quiere borrar José Obdulio con su compulsión obliterante? ¿Qué evidencia sobre sí mismo querrá negarse cuando niega tantas realidades evidentes? ¿Qué objeto de deseo o de temor (que son expresiones de lo mismo, como lo supo Freud) subyace a su monomanía macartista y a sus fantasías exuberantes? ¿O será simplemente que desea ardientemente escribir y, como no logra hacerlo bien, se dedica ardorosamente a borrar?


Artículo en:   El Espectador (21-02-2009)

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