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miércoles, 2 de junio de 2010

El elegido

Por: Cecilia Orozco Tascón


GRAN SALTO HACIA ATRÁS HA DADO Colombia, al menos la plebeya, con la cuasi elección de un representante de las dinastías más conspicuas, Juan Manuel Santos.

Nada sorprendente, después de ocho años de admirar el represor estilo de finales del siglo XIX que impuso Álvaro Uribe, el ganador del domingo pasado: nadie discute que el poco carismático Juan Manuel no habría obtenido ni la cuarta parte de los votos de la U de no ser por la simbiosis con su patrón. Si Uribe escogió como paradigma político al nefasto Rafael Núñez, Santos parece haber seleccionado como el suyo al conservador Mariano Ospina Pérez, tal vez por aquello de que éste fue sobrino y nieto de presidentes y el tío abuelo de Santos también lo fue. Juan Manuel tiene otros elementos en común con Ospina Pérez. Uno, que ambos fueron considerados “el hombre de los cafeteros”, por haber contado con el impulso de la cúpula de la Federación más privilegiada del país. Dos, que el gobierno de “Unidad Nacional” que propone Santos es título copiado del que propuso Ospina. Esperemos que las coincidencias sólo lleguen hasta ahí, porque si continuaran, habría que espantarse, dado que la época conocida como “La Violencia” se inició en la administración Ospina y aún no hemos podido salir de ella.


Ospina pretendía calmar al liberalismo con el acicate de la “unidad”, entregándole unos ministerios de segunda y unos puestos de tercera. Santos pretende darle sepultura definitiva al partido que lo catapultó con una fórmula similar. La verdad, no tendrá que esforzarse mucho: puso a babear a la mayoría de los liberales con su dedo meñique. Éstos, incluso algunos que creíamos enhiestos, hace tiempo que perdieron su identidad ideológica. Ni siquiera tuvieron el coraje de actuar de frente. El viernes pasado juraban que iban a votar por su candidato. El sábado empezaron a airear su voto por la U y el domingo adhirieron al tipo despreciable de ayer, al que, según rumoraban, intentó aliarse con Mancuso, Reyes y Carranza. Y qué decir de los conservadores. Ellos se mimetizaron con el amo y así continuarán, guiados por el inventor de las “medidas técnicas” que impidieron entregarles subsidios del Estado a los campesinos. Se sabe que con tal de ganar, Santos no se para en pleitos. Su casta capitalina cede ante la necesidad de los votos y se mezcla con la política provinciana más ramplona, aquella a la que le ofreció hace unos años $300 mil millones en “partidas regionales” para entregárselas, en rama, a sus senadores y representantes. ¡Lo que se ha de ver!

Loa a quien ganó la primera vuelta ampliamente. En Antioquia, con el apoyo del destituido parlamentario César Pérez, investigado por la masacre de Segovia. En el Valle, con Dilian Francisca Toro, procesada por parapolítica. En ese departamento y otros, con el concurso del partido de la Picota. ¿O habrá que ser superdotado para adivinar que al PIN le interesa únicamente jugar con el ganador? En Atlántico, con los votos del campeón del clientelismo, José Name. En Córdoba, con los de los involucrados Zulema Jattin, Musa Besaile y, tal como se vieron los resultados, con el 50% de los partidarios del condenado Juan Manuel López, o bien, con los de su señora, Arleth Casado. En Bolívar, con Piedad Zuccardi y su marido condenado por peculado, Juan José García. En Sucre, con la sucesión de Álvaro García Romero, condenado a 40 años por la masacre de Macayepo. En Caldas, con Adriana Gutiérrez, y, en el Meta, con Luis Carlos Torres. ¡Oh gloria inmarcesible!, ¡oh júbilo inmortal! Si no nos importó de dónde venía ni quiénes eran los amigos de un antioqueño arriero, ¿qué nos vamos a preguntar cómo triunfa alguien que nació para ser elegido?

Columna de 2 de junio de 2010, en El Espectador.

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