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domingo, 29 de marzo de 2009

Venezuela: Una oposición en deposición

Por: Juan Alberto Sánchez Marín

El ex alcalde de Chacao y dirigente de Primero Justicia, Leopoldo López, en sus tiempos de "tirapiedras", antes de que la Contraloría General de la República lo inhabilitara para ejercer cargos públicos por malversador.

La oposición venezolana llora cada que puede con el estilo tortuoso legado por Félix B. Caignet. Cuando no sufre en los púlpitos por “el paraíso perdido” u ofrece a sus adictos, a través de sus medios de segunda y su discurso de tercera, un “mundo feliz” que ni pintado. La nostalgia de un futuro, ni dable, ni deseable. Unas ansias desesperadas de un pasado que nunca fue, pues la Cuarta República nunca acarició nada parecido. Y, por suerte, ya no habrá sexta que ratifique el despropósito. Porque no hay quinta mala. Y porque John Milton y Aldous Huxley suenan a esquizofrenias puestos ahora así sobre la mesa.

Lo incómodo

En un proceso en desarrollo como el venezolano, están a toda hora el ataque y las zancadillas de los que pierden. Para ser más exactos: de quienes dejan de ganar tanto. Los que se hacen ricos y dejan de ser riquísimos a fuerza de que muchísimos miserables coman. O se tomen una aspirina. O, incluso, aprendan a leer la propia prensa tramposa y a entender con sus ojos lo que dicen con pluma emponzoñada quienes abogan por más paz y mejores futuros para el pueblo.

Un desatino que, para el caso, la oposición venezolana, no soporta. Ni la de ningún lado. Y por eso se unen. Y lo hacen de la mejor manera que saben y con lo más fructuoso que tienen: los medios de comunicación masivos. Utilizando lo que país tras país y año tras año comprueban que sirve: las mentiras. Que difundidas, repetidas, intercaladas y acomodadas a medias, hacen menos mezquinos a los poderosos y más infames a los pobres y miserables: Los unos injustamente pierden algo de lo mucho que tienen, los otros merecidamente deben apretarse el cinturón que no tienen para corregir algún indicador o ajustar la cifra que sea.

Que la situación no se puede ver de modo tan elemental y circunscribirlo todo a un problema de clases. Que de fondo hay mucho más y en últimas hay que volver al país feliz, donde los sin pan no protestaban ni bajaban de los cerros, y ni siquiera los ricos estaban inconformes... Desmemoria mayúscula la que se necesita. Bien lo enrostró en su momento el vecino Jorge Zalamea, en plena gloria de Rómulo Betancourt, el cacareado “primer gobierno constitucionalista”, el inconmensurable fundador del lastre “adeco”: “Venezuela humeante de petróleo, husmeante de pan”. Ahora, sigue habiendo petróleo, y mucho, pero no hay hambre. O, por lo menos, existe la preocupación sincera para que no la haya más. En todo caso, la progresiva superación del desbalance pareciera que desagrada. Qué pareciera, si es que no sólo es eso, !enfurece!

En lo de las clases, claro, hay su razón. Es que no puede haber problemas de clase donde apenas hay una sola ralea reconocida y verdadera, frente a un tropel de descastados. Desde esa visión, invisibilidad e imbecilidad van de la mano. Qué lucha de clases podría haber cuando el único país existente y feliz era el del pragmatismo, el consumismo y el mercado. Una lógica fatídica que pervive, quién lo niega, pero de cuya caverna cada vez más venezolanos salen y se percatan de que otro mundo no sólo es posible, sino necesario. Platón lo predijo y Saramago lo narró en forma de “Sambil” o “San Ignacio”, o qué sé yo.

El ex alcalde de Chacao y dirigente de Primero Justicia, Leopoldo López, en sus tiempos de "tirapiedras", antes de que la Contraloría General de la República lo inhabilitara para ejercer cargos públicos por malversador.


La calaña

Venezuela construye su camino brindando plenas garantías a los opositores. Los llamados presos políticos, que tanto invocan los países que sí los tienen y muchos personajes que saben de sobra que no lo son, pues los detenidos tienen cuentas serías con la justicia en materias que no son de poca monta: secuestro, terrorismo, asesinato y golpismo.

Venezuela es tal vez el único país del mundo donde un presidente legal y constitucionalmente elegido, al que le han dado un golpe de estado, regresa al Palacio Presidencial gracias a un nexo afortunado de militares y pueblo, para desalojar de él a un empresario usurpador y bribón, acolitado por una hueste de rufianes, que en menos de 48 horas de gobierno le cambió el nombre al país y le quitó a la república el decoro de ser bolivariana, violó la Constitución como pudo, disolvió la Asamblea Nacional, derogó 48 decretos y firmó uno solo, que no lo olvide la clase media, para restituir los créditos indexados abolidos una vez por Chávez, que permitían que los costos de la vivienda y de las cuotas se incrementaran anualmente según la inflación, y le permitían a los bancos el cobro de intereses sobre los intereses, volviendo a la final la vida imposible para los “beneficiados” con estos créditos. También, destituyó “al Presidente y demás Magistrados del Tribunal Supremo de Justicia, al Fiscal General de la República, al Contralor General de la República, al Defensor del Pueblo y a los Miembros del Consejo Nacional Electoral”. Un florilegio único.

Algunos periodistas que, excepto comunicadores, han sido de todo antes y siguen siéndolo todavía, conspiretas, embajadores chivatos, guerrilleros evangelizados por el capital, mercachifles, amos y patrones, gritan a voz en cuello, día tras día, de la mañana a la noche, por todos los medios disponibles (que son muchos), en ruedas de prensa y por el gangoso parlante de la SIP, que aquí no hay libertad de expresión ni de prensa. Muchos empresarios, que acaparan, especulan, roban y desvalijan el bolsillo del pueblo (corrijo: de los clientes, porque en esos lugares poco pueblo compra, pues a decir verdad hay que tener buena plata para entrar y es más bien una especie de auto robo que se hacen los mismos que votan contra Chávez) miran con recelo los programas gubernamentales de suministro de alimentos con precios justos para la población, como Mercal y Pdval, en un libre juego planteado por ellos y con unos precios que ellos mismos se inventan al antojo.

En todos los casos, un juego con fuego, que aquí ha chamuscado muy pocos culpables, y que en otra parte, en “democracias consolidadas”, como en la Colombia de Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, les habría valido un tiro de gracia extrajudicial, o la horca fulminante en los Estados Unidos de Bush, o una dulce electrocución en los Estados Unidos dicen que más humanos de Obama.

La oposición venezolana es declaradamente fascista. La cruzan pensamientos a lo Posada Carriles, un hosco Pinochet se le sale cada tanto del alma, al menor esfuerzo le palpitan en la sien un Videla o un Massera, muy de seguido un Stroessner le nubla la vista y un Pérez Jiménez las remembranzas, y a toda hora transpira el resentimiento cubano feroz de la “Pequeña Habana” de Miami, cuya labia estentórea y anacrónica se nota en cada frase que arman los adalides locales, todo para ventura del proceso revolucionario venezolano.

Por eso no se entiende que personajes del caletre de Capriles Radonski, Leopoldo López, Manuel Rosales, Antonio Ledezma, y varios más, todavía anden sueltos por la calle y silvestres como pollos de finca. Y que hablen del pueblo, y lo aludan, y hasta aparenten creerse el cuento de que no tienen el espíritu siniestro que los define de la cabeza a las cuatro patas, muy a lo Mussolini. O que se vean a sí mismos por la televisión o la prensa diciendo y haciendo las bellaquerías más grandes, y tengan el desparpajo para acusar a Chávez de deslenguado. Sólo un ejemplo, el menor.


Entuertos des – cifrados

La nave va. El cambio no se tararea, se hace, se percibe. Las cifras darán alguna idea de la evolución, las estadísticas algo acotarán con sus indicadores. Afuera, en lo que ocurre de las mañanas a las tardes y en lo que se mueve entre los cuatro puntos cardinales del país. Transformaciones que tienen que ser de todo tipo: sociales, políticas, económicas, y, en la esencia, culturales. No se trata del cambio que tantos candidatos y partidos pregonan elección tras elección, con el único fin de mantenerlo todo igual. Como el ejemplo del peripatético “cambio” anunciado y criado en el Distrito Metropolitano de Caracas, con el actual alcalde a la cabeza.

El pasado 11 de Noviembre de 2008, un desmemoriado, pero bien amaestrado joven, Yon Goicoechea, hizo público su respaldo al candidato a la Alcaldía Metropolitana de Caracas, Antonio Ledezma, afirmando que “quienes estamos comprometidos con el cambio apoyamos a Ledezma”. Después del triunfo de Ledezma, Goicoechea pasó a dirigir el Instituto Metropolitano de la Juventud. Para él, por lo menos, las cosas cambiaron, pasó de estudiante a ex-tudiante. El lema de campaña del propio candidato era: “¡Ya es hora de cambiar!”. Ahora bien, ¿Ledezma, el cambio? A no ser la vuelta al más atrás (un vaivén del más allá), el cambio en reversa, el avance de cangrejo, pues muy difícil. Ledezma, en la Cuarta República, fue todo lo que cualquier político aspira a ser, y empezó como cualquier político de aquellos tiempos empezaba a hacerse, de arriba para más por encima: diputado, senador, gobernador, alcalde. Hasta se preparó para ser precandidato, pero su sueño “precluyó” pronto.

Ledezma fue y sigue siendo un digno representante de Carlos Andrés Pérez en el país, y al igual que su jefe, cada vez más despistado. Como diputado no se lo recuerda. Como alcalde perdió la reelección y apenas en la Contraloría Municipal no se lo olvida, por avivato. En su papel de gobernador del Distrito Federal es tristemente recordado por varias muertes dolorosas: de la periodista Verónica Tessári, a quien le fracturaron el cráneo con una bomba lacrimógena; de la buhonera Leonarda Reyes, del líder social del 23 de enero Sergio Rodríguez, y de la estudiante Belinda Álvarez, asesinados por la policía de Ledezma. Adeco vergonzante, para disimularlo, como cualquier político de aquellos días, también fundó un partido: la Alianza Bravo Pueblo, que ni es alianza, ni es brava, ni ha tenido nunca en cuenta al pueblo, excepto para los consabidos temas electorales, como referencia obligada para emperifollar discursos y peroratas.

En materia de encuestas, la oposición venezolana ha contratado las habidas y por haber, con encuestadoras de garaje, tramposas sin prurito, surgidas de la nada, o las de los aliados y los amigos de vieja data. Y, excepto para algo bueno, se han contratado para todo: hacer creer que el candidato frustrado va viento en popa, que el triunfo del colero será excesivo, y para desautorizar por adelantado al Consejo Nacional Electoral (CNE), alegar trampas o convalidar “guarimbas”.

En este terreno minado, llaman la atención los resultados de una encuesta del Instituto Venezolano de Análisis de Datos (IVAD) de enero pasado, no encargada por el Gobierno, sino por varios grupos económicos y algunos actores de la oposición. La encuesta , que arrojó datos claros sobre el panorama político del país, le atribuyó un 66,5% de aprobación al presidente Chávez.

Ante la pregunta: ¿Con cuál de los partidos políticos se siente usted más identificado, es decir, es militante, simpatizante o le da su apoyo?, los encuestados respondieron así: 41,6 con el Partido Socialista Unido de Venezuela, PSUV, el partido promovido y orientado por el presidente Chávez, y 32,8% con “ninguno”. Y de ahí a los restantes el trecho es largo. La sumatoria de los diez partidos opositores nacionales, no alcanzó ni la mitad del respaldo logrado por el principal partido político de la revolución bolivariana. Los partidos emblemáticos de la derecha opositora quedaron mal parados, con una representatividad reducida al 5,4% para Un Nuevo Tiempo, 4,6% para Acción Democrática, 4,2% para Primero Justicia. Así, pues, mucho tilín tilín, pero pocas paletas y aun menos representatividad.

Estos dirigentes opositores, enraizados en el pasado y en las armazones corroídas del sistema, que agobian y cansan, son quienes pretenden dar al traste con la esperanza. Flechas caídas en el camino: confunden y desvían. El proceso venezolano andará mucho tiempo y probablemente sin término “desfaciendo” los entuertos que ocasionan y desyerbando los abrojos que siembran al paso. Qué se le va a hacer. Ley de contrarios, correlación de fuerzas, dialéctica del ser y la sustancia, gobierno de la multitud con la minoría y de los más con los menos, se entiende y acepta. Después de eso, ningún negocio. Si la palabra traiciona, si la frase desfalca, ¿adónde el diálogo, cómo la conjunción?


Una profecía desobediente

Una prueba reciente del desconocimiento total que la oposición tiene del proceso que vive Venezuela, tiene que ver con las recientes medidas económicas anunciadas por el presidente Chávez. El problema no es que la oposición haya estado siempre afuera y siga afuera, eso es lógico. Lo complicado es que siga viendo lo que pasa, que no es poco, con los ojos puestos en la misma esquina llena de telarañas de toda la vida. Claro, el resultado es una visión turbia de lo que acontece.

No de otra manera se explica que los expertos analistas económicos de la oposición hayan vaticinado medidas de todo tipo y dimensiones, y no hayan acertado en ninguna. Los programas de radio y de televisión, los titulares de prensa y los editoriales, anunciaban al unísono lo que se venía. Los pronósticos más certeros apenas le pegaron al aumento en el IVA, pero descacharon en el porcentaje. En todas las demás medidas realmente tomadas por el gobierno, ni por asomo. En cambio, sí dieron a conocer con todas sus voces las medidas que había que tomar, los recortes que había que hacer, y los apretones imprescindibles, y dejaron al descubierto, como dijo el propio presidente Chávez, las medidas neoliberales que ellos mismos habrían tomado, con detalle, justificación y consecuencias.

Para estos expertos, que adivinaron tan poco, no hay alternativa. El mundo entero trastabilla. Los Estados Unidos, la primera economía del mundo, añade cada mes cientos de miles de desempleados a su cifra de casi 13 millones, lo que deja el índice de desempleo trepado al 8.1%. La Unión Europea es incapaz de ponerse de acuerdo en algo, una estrategia o cualquier cosa, para hacerle frente a la crisis, y deja abiertas, de par en par, debilidades que nunca se calcularon. Los chinos están lejos de una recesión, pero han dejado de crecer al ritmo que traían y han disminuido las revoluciones por minuto que le daban empuje a buena parte de la economía mundial. El petróleo, base de la economía venezolana, pasó en cuatro meses de casi ciento cincuenta a menos de cincuenta dólares el barril. El presupuesto del país, que ya ha sido reajustado, se hizo sobre la base de sesenta dólares por barril. Costo errado, es cierto, pero más atinado que el de una recua de expertos del capitalismo, que lo figuraban estable en los cien dólares.

En todo caso, así las cosas, Venezuela, “se hunde porque se hunde”, es el veredicto de la oposición. Para evitarlo, la solución mágica no es otra que adoptar por enésima vez el recetario fracasado afuera, vuelto a fracasar en toda parte, que tiene ahora a un país tras otro rodando cuesta abajo por un voladero al que todavía no se le avista fondo.

Pero que, digamos, en el caso de la devaluación de la moneda, que se veía así en las bolas de cristal de todos los expertos economistas comarcales, eso sí, salvaguardaría los capitales fugados, que son todos en dólares; abultaría más las chequeras de los exportadores, en un país de importación, donde los que venden afuera son un minúsculo grupo de pudientes; sería una bendición para las corporaciones transnacionales, o para esa buena gente que son los grandes empresarios y, quién lo duda, los banqueros.

Y el pueblo a vérselas con una inflación sumada de pronto a una que ya es muy alta, y a la que quienes más contribuyen a desbocar son precisamente los pocos que todavía tienen el control de tanto. El pueblo de bruces contra menos productos más caros en los anaqueles. Antes de estas recientes disposiciones, Hugo Chávez era acusado por la oposición de que incurriría en las medidas neoliberales que tanto impugnaba. Como no las adoptó, la misma oposición, que se sintió defraudada, ahora arremete contra el presidente por haber tomado providencias castro comunistas. Porque faltan medidas o porque sobran, porque son tardías, improcedentes e innecesarias.

Las medidas tomadas no indican que la crisis vaya a pasar de largo. En el contexto de la crisis mundial, más allá de estas y de las medidas siguientes y de las subsiguientes, el tema ineludible está en la producción, donde hay un talón de Aquiles que la oposición ni menciona, y que constituye un eslabón roto fundamental para lograr una verdadera soberanía en todos los aspectos. Hacia allí se orientan baterías, pero, ¿son suficientes? Mientras exista una descompensación tan grande en esta balanza, el país tiene una cuenta pendiente con el desarrollo del proceso revolucionario en marcha. Una piedra en el zapato del tamaño de todo el campo, una tuerca del tamaño de toda la industria.

Venezuela, ahora, cuenta con un importante margen de maniobra, que no se inventa de la noche a la mañana. Es y tiene que ser la garantía de un proceso que en términos económicos no puede moverse por reacción, por rumores, por sustos, por especulación, por conveniencias y coyuntura, por escuetas leyes de mercado. Premisas consustanciales a las maneras de hacer oposición en este país.

En unos meses, seguramente, nuevos decretos serán necesarios y pedidos, económicos o de lo que sea, de ajuste o reajuste. Si se toman algunos, ¡qué inoportunos! Si dos o tres, ¡qué pocos! Si tres o cuatro, ¡qué barbaridad, no hacía falta tantos! Si no afectan temas estructurales, ¡superficiales! Pero si lo hacen, ¡cómo nos desarman el país! Es que si el gobierno venezolano toma alguna opción para afrontar la actual crisis, ¡se coarta la libre opción de hundirnos! Y si no lo hace, ¡indolencia excesiva! Venezuela avanza, ¡qué lento! No lo hace, ¡qué gobierno! Si lento, ¡incompetencia! Si rápido, ¡inercia! Así, pues sí. Ah no, pues no. Que importen un bledo o dos, tantísimas ideas depuestas y la artillería mojada de posiciones tan poco serias, que ni antítesis u oposición fraguan.


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